El verano tiene sentido en los paises del norte en los que hay invierno. Allí el verano es la única oportunidad que tienen de disfrutar un clima agradable. Nosotros no: vivimos en un clima agradable todo el año, nuestras playas son cálidas, nuestros paisajes siempre verdes. Por eso la providencia nos envía el subdesarrollo, los dictadores, los gobernantes corruptos, la inseguridad. Es el precio que tenmos que pagar por este eterno verano.
Imagínense por un momento a nuestro país con un gobierno responsable de funcionarios capaces e inteligentes, en el que los recursos se manejen con eficiencia, autopistas de primera, hospitales públicos excelentes y escuelas maravillosas. ¿Ustedes se imaginan? Eso sería horrible: la gente de Canadá, Australia, Noruega y Suecia tratando de entrar en el país y nosotros poniendo sistemas de inmigración cada vez más duros para que no vengan.
Estamos bien como estamos. Nuestros gobiernos con su incapacidad logran mantener a raya los indeseables visitantes. Lo que no logra Obama, con tan severos controles de inmigración. Pruebe a destruir su país, señor Obama, y verá que no le entra nadie.
Así pues, gracias al verano permanente del que gozamos, no hay que organizarse ni planificar vacaciones, porque éstas no dependen de otro clima que el de nuestra alma. No hay que recorrer grandes distancias, porque todo nos queda creca. No hay que gastar grandes fortunas, porque dos palmeras y un chinchorro son un “resort”.
Y sin embargo, nuestro sueño es siempre veranear en el norte. Estos son los problemas del eterno verano. Tanta gozadera lo vuelve a uno inconforme.
Misterios de la vida.
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